martes, 9 de octubre de 2012

Yo, sintigo.

Rozaba tu piel. ¡Qué tormento! Abrir una simple puerta pasó a ser un acto merecedor del premio a la valentía. Eran demasiados rincones los que escondían tu voz. Las llaves viejas y estropeadas reclamaban un guiño y el silencio se encargó de ensordecer las nuevas noches sin ti. Lo conocido se volvía extraño sin ningún tipo de tacto, bruscamente. Es difícil pensar en jugar a cambiar, si arrriba a la izquierda no estás. Perder el tiempo literalmente, sentir que las horas fluyen entre cuatro paredes desafiando mis ganas de empezar de nuevo esta vida a 200 kilómetros hacia el Sur; dejándome avanzar sólo si eres consciente de ello, sólo si formas parte de todo esto que alguien se empeñó en llamar vida. Pero pocos sabían que antes de rendirnos, fuimos eternos; que antes de odiarnos nos besamos sin ganas y que antes de encontrarme yo te había buscando debajo de más de diez escalones. Nos topamos con amargos días de sol, con cansancio acumulado debajo de las sábanas y con miles de temas en los que nunca nos pondríamos de acuerdo. Y así pasaron 60 días de dolor de alegría, de no saber que ya no necesitaba otra dosis. Leí tu vida con calma, aprendí anécdotas de personas con las que me topo y conozco hasta sus primeras habladurías, me empeñé en no dejar nada atrás. Ya no eras una opción.
El miedo nunca viene solo. La melancolía, mi fiel escudera, me impedía seguir sin vencer. Y temblé, temblé como la primera vez, apoyada en aquella pequeña columna vestida de gris. Me delaté y en bandeja te ofrezco todo lo que soy y lo que no me has dejado ser. Reconciliarte con la Psicología o escucharme llorar son cosas con las que vas a vivir mucho tiempo. En mi tabla de decisión no se incluía perderte. Batacazos si, pero tú.. tú no te puedes ir. Y la franja más ancha de todas las de tus ojos me habló en confianza y me incitó a querer quererte. ¿Quién hubiese apostado por dos gatos callejeros nocturnos que caminaban sin rumbo? Muy pocos. Pero en todo este bucle muy pocos han sido los que nos han seguido, los que nos han creído y los que nos han conocido. De verdad. Mirando hasta donde la vista podía llegar, creí que una chispa es más importante que la llama. Su esencia no se confunde entre la multitud y su propia luz es protagonista en solitario. Yo estaba siendo encargada de conducir esa chispa sin ser consciente del camino que estaba recorriendo.
Por fin. Temblar. Temblar como nunca.

Un segundo más.

 
Nunca pensé en trotar nauseabuenda para alcanzar un gas noble. Sólo necesitábamos parar, a respirar. Respirar. Respirar en el punto intermedio del círculo vicioso y viciado también. En el último suspiro encontré que no sólo hay mundo hacia arriba, bajando la vista se encontraba un mundo que yo no conocía, y estoy empezando a conocer. Déjame cinco minutos más, para volver a respirar.